miércoles, 13 de enero de 2010

No Name

Súbitamente las desventuras en la inocencia de Martín convergieron en un punto en el que la misma inocencia se transformaba en el mas asqueroso de los deseos impuros.
La imagen de la taza con capuchino revoloteaba en el ambiente, de pronto pareció que todo el café era esa taza de capuchino, nada importaba más, un universo de cafeína se construía lentamente en la cabeza de Martín.
Y como siempre fue culpa de su inocencia, de esa manera de ver las cosas, de pensar que la taza de café era solamente el universo, en no ver más que la vida en ese mar de aguas negras y espumosas. Pero muy en el fondo todos sabían de qué se trataba el asunto, se habían percatado como cuando un niño sabe que ira en penitencia.
En fin, Martín había llegado al café de la calle Corrientes a las 6 y media de la tarde, con un ademán logró que el mozo se acercara a su mesa y le pidió amablemente un capuchino con 2 cucharaditas de azúcar, pasaron 10 minutos y efectivamente la bebida solicitada estaba ahí, apoyada sobre la mesa, como mirando al mundo con la altanería que ella se merecía, como sabiendo que su presencia era imprescindible para las demás presencias, e incluso iba más lejos, sabía que ella conformaba la vida de todos y cada uno de los seres que estaban ahí, algo así como una especie de dios conciente de su importancia, disfrutando, riendo de la plebe que estúpidamente le rendían homenaje diariamente.
Con un pavor indescriptible Martín alzó su capuchino intentando abstraerse de la situación, de la misma manera que cuando uno mira para otro lado cuando lo están regañando, o pasa silbando luego de romper un vidrio; pero no, no podía sabía que era su inocencia lo detendría que nunca llegaría ir más allá que no se podía beber el universo, transgredir las leyes, las normas, ay como amaba las normas, eran un oasis en el medio del desierto, un trozo de salvación en el infierno.
Y ahí estaban, él, la taza de capuchino y la decisión más grande a tomar, aunque en realidad sabía que no existía tal decisión, el decidir implica que haya más de una opción y acá claramente no la había, lo único que podía hacer Martín en ese momento era con muchísima tranquilidad y cautela volver a bajar la taza y dejarla en el lugar exacto del cual la había sacado, y esto implicaba además quedarse a vivir en el café, debía de cuidar que ningún mozo o estúpido o distraído levantara la taza y la llevara a la cocina, o algún gordo atropellara la mesa con su estomago derramando su mismísima vida en una alfombra ya sucia de manchas de café.
Y es así como la inocencia se había transformado en un indecoroso cuadro, una especie de orgía infernal entre el capuchino, él y el universo sobre un mantel, deseándose, tomándose el uno con el otro acariciándole las entrañas hasta desgarrar lo último de integridad en el alma de Martín, pero eso peculiarmente no le importaba, no era él el que desencadenó esta peculiar orgía dantesca, el siguió las normas al pie de la letra, si las normas estaban mal eso superaba su persona y su accionar, además, después de todo, todos acá sabemos lo inocente e ingenuo que Martín es, seguramente lo que desencadenaron las normas no fue sólo esa orgía diabólica.

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